Desconozco su apellido pero en la Tarifa de la posguerra
todos lo conocían por “Juanito el Tonto”. En las décadas del 40 al 80 este
alias, “tonto”, era compartido por otros ciudadanos (Leopoldo, Anselmo, etc.),
coincidentes en el tiempo, y cuando algún foráneo preguntaba por qué había
tantos “tontos” en Tarifa, era fácil que le contestasen “mire usted, será por
el Levante que lo vuelve a uno tonto”.
Juanito era famoso por ser espigado, extremadamente delgado,
con una prominente chepa, aspecto “moruno”, mellas incipientes, y sobre todo,
por su manera de moverse. Caminaba siempre muy rápido, a grandes zancadas y
cogía las esquinas a la misma velocidad, siguiendo el ángulo de las mismas
ajustándose a la pared. La gente lo veía como a un piloto de motos inclinándose
sobre el asfalto y pese a que no iba sobre ningún vehículo, era muy común
comentar “este hombre se matará algún día”.
Manolo Summers hizo la mili en Tarifa y allí fue donde
conoció a Juanito. Una vez reingresado a la vida civil y considerado un
reputado director de cine, incluso labrándose una fama de “enfant terrible”
como un rompedor, cuando no era más que un propagandista de la España no
comprometida, apolítica y por tanto afín al régimen; se acordó de Juanito para
incorporarlo a su película “La niña de luto”, con Alfredo Landa y María José
Alfonso.
Lo cierto es que Juanito alcanzó un lugar privilegiado hasta
en los créditos del film, donde fue rebautizado como Juanito “el bicicletas”.
Summers hace uso de su “sensibilidad artística” y lo emplea para lo mismo que
sus paisanos, para que los demás se rían de él.
Los tarifeños no podían creer que Juanito (su tonto), había
hecho una película y no salían de su asombro al verlo allí, entre los actores
importantes de la época. Estupefactos, buscaban a su “ciudadano más famoso” al
salir del cine Principal de la Alameda.
Por entonces Juanito, a la misma velocidad que siempre, con la
chaqueta blanca que lucía en la película, presumía ante aquellos hombres y mujeres que con la boca
abierta lo miraban entre incrédulos y envidiosos. Concedía cientos de
entrevistas populares a todo aquel que quisiese pasar un rato divertido a su
costa, repetía el guión y lo aderezaba con anécdotas más o menos reales del
rodaje y pos rodaje. Contaba que durante el mismo le atropelló un coche, lo
llevaron al hospital, lo curaron y le dieron un bocadillo, o aquel comentario
de la criada “señoriiito que este muerto está muy vivo… ¡No iba a estar vivo
joer… si el muerto era yo…!”
También que “cuando su excelencia (Franco) vio la película,
comentó: hay que ver este muchacho sin ser tonto lo bien que hace de tonto”. Y
todo esto lo decía mientras fumaba poniendo poses de galán, con el codo apoyado
en la cadera, mano izquierda en el bolsillo del pantalón, como le habían
enseñado en la película porque no sabía qué hacer con ella mientras rodaban, y
exhalando el humo del cigarrillo a lo Bogart. Por la película le dieron tres
mil pesetas y el traje.
El dinero no fue suficiente para arreglarse la boca, porque
tenía que mantener a su madre que estuvo muchos años enferma, mantenidos ambos
con su salario de “tonto”, que era ganarse unas pesetillas acarreando bultos de
quien le quisiera pagar. Ya apenas le quedaban un par de dientes por mandíbula,
su velocidad se había normalizado y solo la exhibía ante la petición de alguien
(en el fondo admirador), que buscaba unas risas. Arrastraba su chepa con
tristeza y reafirmaba la injusticia de quienes le recordaban aquellos tiempos
en que solo había cobrado tres mil pesetas y fue él quien llevó toda la película,
“ya ve tres mil peheta me dieron ná más y fui yo el que llevé toá la película…
bueno tres mil peheta y un bocadillo”
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